DESPRECIO

Dice el refranero que no hay mayor desprecio que no hace aprecio. Conocer el libro gordo de Petete, saber lo que a lo largo de la historia se ha cimentado como “ciencia” de la calle en éste país, es la prueba de la cultura que se posee; a la vez, llevarla a la practica significa que se es conocedor de las reglas mínimas de convivencia que en tiempos se llamaba en los colegios urbanidad, algo tan sencillo como lo que ahora se les llena la boca llamándolo “civismo”, del que hablan pero que desconocen. El bochorno nacional lo ha dado un empresario catalán, en la feria recientemente celebrada en Barcelona, y para la que el gobierno central, el de Madrid, ha “arrimado” unos cuantos miles de “pavos”. El mencionado espécimen, se negó a dar la mano al príncipe de Gerona, cometiendo varias faltas: una, de cortesia, dos, de educación, tres, de convivencia, cuatro, de cultura; porque justificando su acción por su amor als paisos, con el hecho, se niega así mismo, ya que Felipe es el príncipe de los catalanes, título que le llaga por ser descendiente de los reyes de la corona de Aragón. Vamos el colmo de la “asnez”, y queme perdonen los plateros del país. Pero el sumun de la indecencia corresponde a ese personaje siniestro, llamado Arturo Más, y que subrayó el pretendido desprecio, con una sonrisa cómplice. Los ciudadanos de éste país estamos hasta los mismísimos de ese tipo, mal educado, faltón e incumplidor de las leyes, sin que nadie le recrimine nada. Como máximo responsable del Estado en Cataluña, en lugar de tenderle la mano, al del comportamiento reprobable, debería haberle enviado al mosso de escuadra más cercano, por insultos a la corona. Cada uno es muy dueño de ser monárquico, republicano o gay, pero respetando las reglas del juego. Se supone que vivimos en un país civilizado, no vale decirlo, hay que demostrarlo.