No hace mucho comentaba con un buen colega, lo difícil que resulta en éste mundo convulso en el que nos toca sobrevivir, llevar a buen término tus convicciones, sobre todo si eres profesional y experto en eso de juntar palabras.
Hay dos razonamientos por los cuales el conocido “notario de la actualidad” (ja,ja, que risa, superviviente y gracias) debe no defraudar a los que le siguen sea uno, o dos millones.
Primero está el principio ético, el que impulsa cada una de las cosas que haces cuando trabajas y es el común denominador de la trayectoria profesional.
Tras ese, aparece de inmediato otro, no defraudar, o lo que es lo mismo no engañar a nadie. Si en tu fuero interno entiendes que lo blanco es de ese color, no puedes escribir que es gris, o tostadito, ni tan siquiera crema. Lo blanco es blanco, aquí y en Pekín, y eso es lo que esperan que digas.
Luego nos encontramos con el sistema. Las normas y costumbres impuestas desde arriba, sean democráticas, anti o por teléfono, que tanto da, que da lo mismo. Cuando estás fuera de la orbita, por cualquiera de las circunstancias que se producen a lo largo de la vida, no solo en el “curro”. Los del políticamente correcto, te observan y en cuanto les das un par de toques, te examinan minuciosamente con lupa. Necesitan autoconvencerse, como si no lo estuviesen desde antes de iniciar el proceso, que formas parte del anti, y a partir de ahí, cualquier método de represalia que se aplique, está para ellos, suficientemente justificado. Es algo parecido a esto: Las “cabronadas” que hagamos, se las ha buscado, y por lo tanto, se lavan las manos como Poncio, el gobernador romano de Judea y por la noche duermen como angelitos, pensando en cual será la próxima maniobra y lo que ganaran ese mes, si les queda tiempo, sus sueños los llevan al banquete de mas dinero, en lo que despiertos o dormidos, son de la partida.
Cual es la solución que le queda a uno para que no le coja el autobús que es, por subirte a la cera que no era; sencillamente, a parte de recurrir a la resignación, y guardarte la “bomba”, en la faltriquera, por si “un casual” hay que usarla, seguir el camino, sin mirar hacia atrás y caminar zigzagueando, eso que coloquialmente se dice: “aquí te pillo, aquí te mato”, por supuesto que lo de matar como en la comedia, a las moscas y cuando ya se han puesto “muu pesaas”.
No crean que resulta fácil caminar, moviendo las caderas con la gracia cadenciosa de un bailarín de salsódromo, días antes del carnaval.
Hace falta un entrenamiento especial y una puesta a punto física de atleta, para moverse con talento y no descomponer la figura, mientras se esquivan las pieles de plátano, que los del “orden establecido”, han sembrado en tu camino.
El cimbreo de la calaverita, debe resultar simpático y practico, al unísono y nunca desentonar, porque en cuanto te salgas un ápice del guión, te mandan a los de hacienda.
En el país de Lucas de Tena, de Jesús de Polanco, de los Beneito, hasta llegar a Pedro Jota, al que odian cordialmente, pero que temen más que un tornado (y eso precisamente le salva de la puñalada por la trasera, o que le manden a los rumanos, es un decir). Antes la Guardia Civil, cogía a los ladrones, ahora recauda via multas. Los de hacienda se preocupaban de los defraudadores, ahora son un instrumento de muy buenos resultados para mantener firmes a los díscolos. Y no son modas, como se dice ahora son pareceres. En las sagas de plumillas, conviene estar out side, como un servidor, o a tope metido en la espuma de la pomada, en caso contrario, como no sea ni espina ni pescada, se puede dar por finiquitado.
Hay dos razonamientos por los cuales el conocido “notario de la actualidad” (ja,ja, que risa, superviviente y gracias) debe no defraudar a los que le siguen sea uno, o dos millones.
Primero está el principio ético, el que impulsa cada una de las cosas que haces cuando trabajas y es el común denominador de la trayectoria profesional.
Tras ese, aparece de inmediato otro, no defraudar, o lo que es lo mismo no engañar a nadie. Si en tu fuero interno entiendes que lo blanco es de ese color, no puedes escribir que es gris, o tostadito, ni tan siquiera crema. Lo blanco es blanco, aquí y en Pekín, y eso es lo que esperan que digas.
Luego nos encontramos con el sistema. Las normas y costumbres impuestas desde arriba, sean democráticas, anti o por teléfono, que tanto da, que da lo mismo. Cuando estás fuera de la orbita, por cualquiera de las circunstancias que se producen a lo largo de la vida, no solo en el “curro”. Los del políticamente correcto, te observan y en cuanto les das un par de toques, te examinan minuciosamente con lupa. Necesitan autoconvencerse, como si no lo estuviesen desde antes de iniciar el proceso, que formas parte del anti, y a partir de ahí, cualquier método de represalia que se aplique, está para ellos, suficientemente justificado. Es algo parecido a esto: Las “cabronadas” que hagamos, se las ha buscado, y por lo tanto, se lavan las manos como Poncio, el gobernador romano de Judea y por la noche duermen como angelitos, pensando en cual será la próxima maniobra y lo que ganaran ese mes, si les queda tiempo, sus sueños los llevan al banquete de mas dinero, en lo que despiertos o dormidos, son de la partida.
Cual es la solución que le queda a uno para que no le coja el autobús que es, por subirte a la cera que no era; sencillamente, a parte de recurrir a la resignación, y guardarte la “bomba”, en la faltriquera, por si “un casual” hay que usarla, seguir el camino, sin mirar hacia atrás y caminar zigzagueando, eso que coloquialmente se dice: “aquí te pillo, aquí te mato”, por supuesto que lo de matar como en la comedia, a las moscas y cuando ya se han puesto “muu pesaas”.
No crean que resulta fácil caminar, moviendo las caderas con la gracia cadenciosa de un bailarín de salsódromo, días antes del carnaval.
Hace falta un entrenamiento especial y una puesta a punto física de atleta, para moverse con talento y no descomponer la figura, mientras se esquivan las pieles de plátano, que los del “orden establecido”, han sembrado en tu camino.
El cimbreo de la calaverita, debe resultar simpático y practico, al unísono y nunca desentonar, porque en cuanto te salgas un ápice del guión, te mandan a los de hacienda.
En el país de Lucas de Tena, de Jesús de Polanco, de los Beneito, hasta llegar a Pedro Jota, al que odian cordialmente, pero que temen más que un tornado (y eso precisamente le salva de la puñalada por la trasera, o que le manden a los rumanos, es un decir). Antes la Guardia Civil, cogía a los ladrones, ahora recauda via multas. Los de hacienda se preocupaban de los defraudadores, ahora son un instrumento de muy buenos resultados para mantener firmes a los díscolos. Y no son modas, como se dice ahora son pareceres. En las sagas de plumillas, conviene estar out side, como un servidor, o a tope metido en la espuma de la pomada, en caso contrario, como no sea ni espina ni pescada, se puede dar por finiquitado.
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