Hay gente que es merecedora de éste apelativo, sin darse cuenta, muchas veces en contra de su voluntad. Son quienes trabajan incesantemente en proyectos importantes para el bien de los demás, en la inmensa mayoría de los casos. Se trata de personas aparentemente anónimas y que pasado un tiempo y como respuesta a su trabajo, saltan al primer plano de la actualidad, me vienen a la cabeza muchos, pero solo citare dos por estar metidos en el campo de las investigaciones científicas en bien de la humanidad y ambos dos, son médicos Barbacid y Grisolía. También tiene en común que trabajaron en Estado Unidos, muchos años pero sin perder la españolidad. Barbacid, todavía trabaja en Los Estados, Grisolía, está de regreso en casa, en su Valencia natal donde desarrolla una gran labor científica, en Los Estados quedan sus hijos y de ellos se ha traído a su compañera que es una valenciana más.
Pero el calificativo, también se aplica a otros, con bastantes menos merecimientos y sin dudarlo muchísimo más famosos que los anteriores, son las repetidas estrellas mediáticas, los que acaparan “portadas” en los medios que se dedican a la crónica social. Hay quien daría lo indecible y lo inconfesable por aparecer en los medios de comunicación de masas y si es en un lugar destacado, son capaces de “colocar hasta el traserillo” (es metáfora). Una vez conseguido su propósito, viene lo difícil, mantenerse en el “candelero” y es como hacer periodismo amarillista, en lo que son expertos, cada día hay que colocar el escalón más alto y eso se llega a convertir en una obsesión para algunos.
A esas “páginas” llegan personas de distintos segmentos de la sociedad; son las clásicas del famoseo. Algunas de ellas se dejan “destrozar” públicamente en los programas televisivos especializados a cambio de una suculenta soldada, que además los “descuartizadores de ídolos caídos”, se vanaglorian de echárselo en cara públicamente, para mayor escarnio de los interesados y regocijo del “personal” asistente al espectáculo.
Pero el afán protagonista es tal y la necesidad de llenarse el “ego” tan insaciable, que desde lugares trascendentales de la vida ciudadana, se integran en el “ninguneo” del primer plano. Eso no es bueno, y mecho menos conveniente para la estabilidad del sistema democrático, pero como forma parte del mismo, en virtud de la libertad de las personas, hay que aceptarlo.
Es el caso, por ejemplo, del juez estrella de éste país: Baltasar Garzón, quien en su escalada hasta el podio de la judicatura, no ha parado en “barras” y ha arremetido contra todo lo que le ha parecido conveniente sin mirar cuales podrían ser las consecuencias, y ya en su delirio de grandeza, si fijarse tampoco en si sus métodos eran lícitos y sus medios éticos.
Al final, y como suele acontecer, a estas personas les llega su “momento” y en su caso aparecen las querellas, de las que creen estar libres, pero no, como ha sucedido con él, que se consideraba por encima del bien y del mal. Han prosperado y ahora se encuentra al borde del precipicio, de ser apartado de su puesto hasta que no se resuelvan los casos en los que está imputado.
La malo es que estas personas, no reparan en su protagonismo, se sienten superiores a los demás, y como le pasa a Garzón, se creen juez de jueces, tal se deduce de su escrito de alegaciones a la decisión del Consejo del Poder Judicial de iniciar los trámites de su suspensión. En su réplica, pasa de puntillas por las causas abiertas para denunciar una conspiración político- mediática, en su contra con la única intención de terminar con su carrera. El juez culpa directamente al Partido Popular y a sus medios afines de promocionar un montaje, en el que por lo visto, sus actuaciones en contra del franquismo, los pagos del Banco de Santander, sus conferencias en la Universidad de Nueva York, las escuchas a los imputados del caso Gürtel y sus abogados, deben de ser entre anecdóticas o ficticias. Su señoría recusa a tres vocales del Consejo, y deja caer sus sospechas para enturbiar más el asunto. Como comprobaran Garzón, se siente por encima de la ley y quiere juzgar, antes de responder de sus actuaciones, que si han sido aceptadas por el Tribunal Supremo.
Mal están las cosas para las Super Stars.
Pero el calificativo, también se aplica a otros, con bastantes menos merecimientos y sin dudarlo muchísimo más famosos que los anteriores, son las repetidas estrellas mediáticas, los que acaparan “portadas” en los medios que se dedican a la crónica social. Hay quien daría lo indecible y lo inconfesable por aparecer en los medios de comunicación de masas y si es en un lugar destacado, son capaces de “colocar hasta el traserillo” (es metáfora). Una vez conseguido su propósito, viene lo difícil, mantenerse en el “candelero” y es como hacer periodismo amarillista, en lo que son expertos, cada día hay que colocar el escalón más alto y eso se llega a convertir en una obsesión para algunos.
A esas “páginas” llegan personas de distintos segmentos de la sociedad; son las clásicas del famoseo. Algunas de ellas se dejan “destrozar” públicamente en los programas televisivos especializados a cambio de una suculenta soldada, que además los “descuartizadores de ídolos caídos”, se vanaglorian de echárselo en cara públicamente, para mayor escarnio de los interesados y regocijo del “personal” asistente al espectáculo.
Pero el afán protagonista es tal y la necesidad de llenarse el “ego” tan insaciable, que desde lugares trascendentales de la vida ciudadana, se integran en el “ninguneo” del primer plano. Eso no es bueno, y mecho menos conveniente para la estabilidad del sistema democrático, pero como forma parte del mismo, en virtud de la libertad de las personas, hay que aceptarlo.
Es el caso, por ejemplo, del juez estrella de éste país: Baltasar Garzón, quien en su escalada hasta el podio de la judicatura, no ha parado en “barras” y ha arremetido contra todo lo que le ha parecido conveniente sin mirar cuales podrían ser las consecuencias, y ya en su delirio de grandeza, si fijarse tampoco en si sus métodos eran lícitos y sus medios éticos.
Al final, y como suele acontecer, a estas personas les llega su “momento” y en su caso aparecen las querellas, de las que creen estar libres, pero no, como ha sucedido con él, que se consideraba por encima del bien y del mal. Han prosperado y ahora se encuentra al borde del precipicio, de ser apartado de su puesto hasta que no se resuelvan los casos en los que está imputado.
La malo es que estas personas, no reparan en su protagonismo, se sienten superiores a los demás, y como le pasa a Garzón, se creen juez de jueces, tal se deduce de su escrito de alegaciones a la decisión del Consejo del Poder Judicial de iniciar los trámites de su suspensión. En su réplica, pasa de puntillas por las causas abiertas para denunciar una conspiración político- mediática, en su contra con la única intención de terminar con su carrera. El juez culpa directamente al Partido Popular y a sus medios afines de promocionar un montaje, en el que por lo visto, sus actuaciones en contra del franquismo, los pagos del Banco de Santander, sus conferencias en la Universidad de Nueva York, las escuchas a los imputados del caso Gürtel y sus abogados, deben de ser entre anecdóticas o ficticias. Su señoría recusa a tres vocales del Consejo, y deja caer sus sospechas para enturbiar más el asunto. Como comprobaran Garzón, se siente por encima de la ley y quiere juzgar, antes de responder de sus actuaciones, que si han sido aceptadas por el Tribunal Supremo.
Mal están las cosas para las Super Stars.
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